Fragmento 1 Alfileres...
―Además, ni siquiera tienen ideología, solo quieren que el poder no esté en el pueblo. La Guardia Civil se ha puesto del lado de los sublevados, lo que, para mí, no es ninguna sorpresa. ¿Sabes las ovejas que habían desaparecido? Pues ya las encontró la Guardia Civil. No hubo tanta diligencia en otros asuntos. Pasa en todos sitios.
―Eso creo yo también.
―Quizás sea la última vez que nos veamos. Dame un abrazo.
Los dos hombres se levantaron y don Manuel abrió los brazos y José casi no se atrevió a dirigirse hacia él y corresponderle. Finalmente lo hizo. El campesino creyó ver una lágrima resbalando por el rostro del exalcalde. Lo admiraba por su claridad de ideas, por su sensibilidad y por su bonhomía. Difícilmente en este pueblo convulso se podría encontrar una persona tan cabal, pensaba. Lo vio alejarse con la cabeza gacha y con los hombros hacia delante como si arrastrara un enorme peso. Caminaba muy despacio. Antes de desaparecer tras la esquina le dio un puntapié a una piedra con desgana, con displicencia, como derrotado. José pensó que quizás tendría razón y esta sería la última vez que lo viese.
Trató de tranquilizarse y se puso a la labor paciente de sintonizar alguna emisora en su radio. Uniendo trozos de distintas emisiones logró comprender que la columna Carranza avanzaba por la zona y que ninguna población se resistía. Mientras tanto Queipo de Llano ensalzaba la hombría de moros y legionarios y exhortaba a las mujeres a sacar sus mantones de luto. Más o menos a las diez de la noche, el vallisoletano con su verborrea burda y soez se dirigía para meter el miedo en las cabezas de la gente del pueblo y él era consciente de que lo conseguía. Ni José ni prácticamente nadie le negaban al antiguo inspector de Carabineros el gran valor estratégico que le había conferido a las ondas y el gran poder que había conseguido con este uso. Tanto, que sus compañeros de armas y el mismo Franco lo consideraban un peligro por sus maneras abruptas y alejadas de las formas militares.
Fue una noche de calor pegajoso. José no pudo dormir nada pensando en la conversación que había tenido con don Manuel. Se levantó temprano y muy nervioso llamó a Elisa.
―Prepara urgentemente lo más necesario. Tenemos que marchar. Los fascistas van a entrar en el pueblo de un momento a otro. No te entretengas y no cojas cosas superfluas. Marcharemos en el carro los cinco y no podremos llevar muchas cosas.