Colores de incerteza
La tarde se tiñó muy pronto
de colores de la incerteza
y compartimos ayes quebrados,
vengadores de nuestros infortunios.
Los nuevos paisajes brillaron
encima de arcanos viajes
y cambiaron la ceniza de noviembre
por el incendio de agosto
en aquellos ponientes lejanos
de solitaria sangre cuajada.
Los días enzarzados
y poblados de erizos
apenas fueron polvo
en un trémulo devenir,
en el ocaso de las horas.
Y volvimos a pintar el lienzo
con nuevas estratagemas
desplegando un nuevo catálogo
que obligó a empardecer
las luces chillonas de la ciudad.
Queríamos tocar el cielo
y las horas disminuyeron tanto
que las auroras cabalgaban
sobre las noches
y los cristales del cielo de la mañana
firmaron secretas alianzas
con los neones que herían
la oscuridad de los cielos.
Gocemos sin freno y sin demora
antes de que nuestros cuerpos ofrendados
sean el sacrificio a las hordas caníbales
y todos caminemos en procesión
con los pies renegridos y ensangrentados
entre las zarzas, las piedras y los cardos
sin ni siquiera un secreto bajo el brazo.