La luna sin pantalones
La luna sin pantalones nos mira,
con su impúdica y pálida mirada
avaricia ríos de sangre, huesos y miedo.
Serpentea el camino por el acantilado,
el mar lame las rocas desnudas
y penetra en las calas casi vírgenes.
Nos llueve el fuego y quema nuestros iris
hasta que caemos en la escombrera
al son del trueno, a la luz del relámpago.
No te invitamos a este, que ahora es tu festín,
y siegas con tu guadaña esperanzados sueños,
almas quebradas, porque ahora llega la partida.
Acomodamos el dolor en nuestro pecho
de caminante con alpargatas en la noche,
de un asustado animalillo durante el día.
¡Vístete! ¡Vete! ¡No seas obscena!
Porque es mucho el horror que propicias
y bate en las sienes de nuestras almas,
aquellas que fueron inquietas y ahora torturadas,
aquellas que amaban la tierra y al hombre.
Sangran los testigos mudos, víctimas del futuro,
en estos campos donde no se libran batallas,
donde todo ya está escrito con tinta roja
y donde se respira ceniza y hay regusto a hiel.
¿Qué haremos ahora que el mal ha brotado?
¿Qué haremos ahora los no muertos sin vida?
Luna, no seas obscena. ¡Tápate!
Los vientos negros nos traen,
los vientos negros nos llevan
bajo tu mirada torcida e indolente,
bajo tu abominable inclinación pendenciera.
El orgullo inmutable de la piedra,
la brisa acre y salina del mar,
la sed insaciable de la tierra,
nos acogerán para siempre y vendrá la quietud,
la inexorable partida de estas ruinas andantes.
Luna sin pantalones:
¡Te aborrezco!
Javier Martín Betanzos ©