Luna llena en la noche negra

 

El libro de mi vida no tiene capítulos,

es un lío de hojas desgajadas,

es una fila de letras al pairo,

un regurgitar extemporáneo y extraño

de todo un abecedario a la deriva.

Nada más persuasivo que echar fuera

palabras nunca dichas y por ordenar,

enredos de frases mal hechas,

un botín de guerra de mi lucha,

de la batalla entre mis propias entrañas,

despojos con falta de lucidez 

que son excretados adrede, con rabia.


Es una insidia desesperada,

una bilis echada con deseo,

la revelación odiosa y acre

que nadie espera porque es ajena.

Es la última letanía que sale de mí,

de mi garganta corroída por el ácido,

por haber bebido todos los licores

que pretendían endulzar la indiferencia

con que distinguiste mis desvelos

al frío de la gélida intemperie,

donde mis sentimientos abotargados

jamás redimieron la culpa de mi conducta.

Desde entonces fui un peregrino perdido

que nunca logró encontrar su santuario

hasta que el óvalo perfecto de tu cara

fue la luna llena en la noche más negra.